Las líneas que siguen fueron tomadas de:
Alvarado, Maite. Paratexto, Enciclopedia Semiológica. Buenos Aires, Eudeba, 2006.
Epílogo, por Jorge Luis Borges
Dos tendencias he descubierto, al corregir las pruebas, en los misceláneos trabajos de este volumen.
Una, a estimar las ideas religiosas o filosóficas por su valor estético y aun por lo que encierran de singular y maravilloso. Esto es quizás indicio de un escepticismo esencial. Otra, a presuponer (y a verificar) que el número de fábulas o de metáforas de que es capaz la imaginación de los hombres es limitado, pero que esas contadas invenciones pueden ser todo para todos, como el Apóstol.
Quiero asimismo aprovechar esta hoja para corregir un error. En un ensayo he atribuido a Bacon el pensamiento de que Dios compuso dos libros: el mundo y la Sagrada Escritura. Bacon se limitó a repetir un lugar común escolástico; en el Breviloquium de San Buenaventura -obra del siglo XII- se lee: creatura mundi est quasi quidan liber in quo legitur Trinitas. Véase Etienne Gilson: La philosophie au moyen Age, págs.. 442, 464.
J. L. B.
Buenos Aires, 25 de junio de 1952.
En este caso, el epílogo se revela como enunciado en un momento posterior al del texto (“He descubierto, al corregir las pruebas…”) y cumple las dos funciones del prólogo: la informativa-interpretativa, en este caso enriquecida por la corrección del error (una suerte de fe de erratas), que reúne el gesto de sinceridad (falsa modestia) y la erudición (referencias intertextuales encadenadas). […] También cumple la función argumentativa persuasiva. Por tratarse de un postfacio, la argumentación no busca captar o retener al lector, que seguramente ya leyó el texto, sino persuadirlo de que, por detrás de la aparente diversidad de los ensayos recopilados, existe cierta unidad ( “Dos tendencias he descubierto, al corregir las pruebas, en los misceláneos trabajos de este volumen”).
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